¿Perder el trabajo y caer en depresión?

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La pérdida repentina de empleo es un fuerte estrés para la mayoría de las personas. Cuando se anuncia un despido o reducción en unos pocos días o semanas, muchos sienten que su vida "ha colapsado". Y esto es comprensible, ya que cambian radicalmente:

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la posición financiera
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el estatus social
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el estilo de vida habitual
ok
los planes a corto y largo plazo

El trabajo implica ciertos compromisos, marcos, comunicación, en general, algo que nos sostiene.

El desempleo, sin embargo, es como caer en un vacío sin seguro. Y te quedas solo contigo mismo, con días completamente vacíos, facturas que pronto no podrás pagar, una espera interminable de una invitación a una entrevista: antes del encuentro sientes una esperanza tímida, y luego – otro rechazo. Una imagen típica y desoladora.

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La pérdida de empleo se vive como cualquier otra pérdida, y aquellos que la enfrentan pasan por las etapas del duelo.

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"Cuando una puerta se cierra, ¿no sabes que se abren muchas otras?"

Bob Marley

Primero el choque, una profunda desorientación, sin entender qué hacer. Luego la ira – hacia uno mismo, hacia quienes han despedido.

También es posible el regateo: ¿y si aún se pudiera arreglar, y me tomaran de nuevo? Y finalmente, la depresión. Ciertamente, este problema puede ser llamado "real", pero nuevamente, ¿eso significa que justifica tu depresión?

La causa de tal reacción emocional reside en la creencia de que el valor personal y la capacidad de sentir felicidad dependen directamente del éxito profesional.

Dentro de este sistema de valores, parece lógico asumir que la opresión emocional está inevitablemente vinculada a las pérdidas financieras, los fracasos profesionales o la bancarrota.

Si también piensas así, te interesará el caso de Alejandro — un padre de tres hijos de 47 años, que trabajó durante 17 años con el padre de su esposa en una empresa exitosa.

Un par de años antes de su depresión, surgieron desacuerdos entre él y su suegro sobre la gestión de la empresa. En un arrebato de ira, Alejandro renunció, renunciando así a su parte en la empresa.

Durante los siguientes dos años, cambió de un trabajo a otro, pero no pudo encontrar nada satisfactorio, ni financieramente ni moralmente.

Parecía que no lograba nada y comenzó a considerarse un fracasado. Su esposa tuvo que trabajar a tiempo completo para llegar a fin de mes, lo que solo intensificaba el sentimiento de inutilidad de Sasha, ya que siempre se había enorgullecido de ser el sustento de la familia.

El tiempo pasaba, su situación financiera empeoraba y su estado depresivo aumentaba a medida que su autoestima caía cada vez más bajo.

En el momento en que Alejandro decidió buscar ayuda de un especialista, ya había trabajado varios meses en una empresa especializada en bienes raíces.

Durante ese tiempo, alquiló varios edificios, pero no logró realizar ninguna venta. Dado que su salario dependía de las ventas, sus ingresos eran bajos. Durante este período, Sasha sufrió de depresión y procrastinación, pasando días enteros en cama, pensando:

"¿Para qué todo esto? Soy un fracasado. Trabajar es inútil, de todos modos no conseguiré nada".

En el tercer encuentro con el psicólogo, compartió que un amigo acaudalado quería comprar bienes raíces con su ayuda, y la comisión de tal venta habría ayudado a su carrera, le habría dado confianza y rellenado significativamente su billetera.

En lugar de aprovechar este trabajo, Sasha dudó varias semanas. ¿Por qué? Porque pensaba: "Vender bienes raíces comerciales es demasiado complicado.

Nunca lo he hecho antes y definitivamente no tendré éxito. Y si él cambia de opinión en el último momento, significaría que no logré nada en este negocio. Eso significaría que soy un completo fracasado".

La dirección de Alejandro lo valoraba mucho, considerándolo un vendedor capaz, pero él mismo era injustamente estricto consigo mismo.

En el transcurso de las siguientes reuniones y trabajo con sus pensamientos, Sasha aceptó que era muy crítico consigo mismo, y esto de ninguna manera le ayudaba en este difícil período de vida, sino que, por el contrario, empeoraba significativamente la situación.

También se dio cuenta de que utilizaba "dobles estándares": era tolerante con otras personas y dispuesto a apoyarlas, pero hacia sí mismo era estricto y crítico.

Inicialmente defendió su punto de vista, como muchos perfeccionistas exigentes, afirmando que ser mucho más duro consigo mismo que con los demás traería algún beneficio.

Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que sus estándares personales eran realmente poco realistas y estaban condenados al fracaso, porque si hubiera intentado vender un edificio y su intento no hubiera tenido éxito, habría percibido la situación como un desastre. Su tendencia a pensar en términos de "todo o nada" era su gran problema.

Al final de la terapia, Alejandro sintió alivio al darse cuenta de que los problemas financieros en los últimos años no lo hacían automáticamente un "fracasado".

Esta percepción negativa de sí mismo y sensación de parálisis fueron el resultado de su excesivo esfuerzo por "todo o nada". Su sensación de inutilidad fue el resultado de su enfoque exclusivo en los aspectos negativos de la vida (filtro negativo) y su desprecio por los muchos hechos en los que había tenido éxito (descuento de lo positivo).

Se dio cuenta de que había torturado innecesariamente durante mucho tiempo con el pensamiento de que podría haber hecho más, y reconoció que las dificultades financieras no disminuían su dignidad humana. Al final, reconoció que la apatía y la procrastinación eran solo síntomas de la depresión, no reflejos de su verdadera naturaleza.

Cuando aprendió a responder a sus pensamientos negativos, pudo reducir el grado de distorsiones en su actitud severa hacia sí mismo, y su estado de ánimo continuó mejorando.

Dejó el sector inmobiliario y abrió una librería. Logró cubrir los gastos, pero a pesar de los significativos esfuerzos personales, no pudo generar suficiente beneficio para justificar la continuación del negocio después del primer año de prueba.

Así, aunque los signos externos de éxito se mantuvieron casi inalterados durante ese tiempo, pudo mantener su autoestima y evitar la depresión. A pesar de que su situación financiera seguía siendo difícil, cuando llegó a la decisión de "reconocer la derrota" en su negocio de librería, su respeto por sí mismo permaneció inalterado.

En la última reunión con el psicólogo, Alejandro escribió un ensayo que decidió leer cada mañana antes de comenzar a buscar un nuevo trabajo:

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Mientras pueda hacer algo por el bienestar de mí mismo y de los demás, no soy inútil. Mientras lo que hago pueda producir un efecto positivo, no soy inútil.
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Mientras el hecho de que esté vivo signifique algo, incluso para una sola persona, no soy inútil (y esa persona podría ser yo mismo si fuera necesario). Si dar amor, comprensión, amistad, apoyo, sociabilidad, consejo, consuelo significa algo, no soy inútil.
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Si puedo respetar mi opinión e intelecto, no soy inútil.
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Si otros me respetan, eso es un bono agradable.
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Si tengo un sentido de auto-respeto y dignidad propia, no soy inútil.
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Si ayudar a proporcionar medios de vida para las familias de mis empleados significa hacer algo bueno, no soy inútil.
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Si hago todo lo posible para ayudar a mis clientes y proveedores con mi productividad y creatividad, no soy inútil.
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Si mi presencia en este entorno realmente importa para otros, no soy inútil. No soy inútil. ¡Soy muy valioso por mi esencia!

Si has enfrentado un problema similar o si los pensamientos automáticos de Alejandro resuenan contigo, escribe una nota para ti mismo sobre por qué no eres inútil, por qué no eres un fracasado y por qué eres valioso por derecho propio.

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